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A comunicación afectiva y la emoción de las palabras

  • Foto del escritor: Tania Estrada Morales
    Tania Estrada Morales
  • 30 ago
  • 2 Min. de lectura

Luis Alberto se ha detenido frente al espejo. Tiene la camisa a medio abotonar y el gesto endurecido. No quiere ayuda, tampoco cede ante la prisa de su madre. El berrinche vuelve a repetirse. Quienes lo miran se hacen la misma pregunta: ¿no puede hacerlo o simplemente no quiere?


Detrás de esa escena cotidiana se abre un territorio complejo. ¿Se trata de un problema motor, como la dispraxia, o de un pulso emocional en el que la negativa de Luis Alberto es una forma de resistencia? Allí, donde la palabra no alcanza, la comunicación se expresa en gestos, silencios y enojos.



Cuando la emoción habita el aula


Cada vez más, los maestros se encuentran frente a niños neurodivergentes. A veces sin diagnóstico, pero con señales que invitan a mirar con cuidado: dificultades para regular emociones, trabas en la coordinación de movimientos simples, reacciones que parecen caprichos pero esconden mundos internos.


En esos casos, el aula se convierte en laboratorio de observación. El docente no es médico ni psicólogo, pero su mirada puede abrir la puerta a un diagnóstico temprano y a un camino de acompañamiento. La comunicación, entonces, deja de ser solo transmisión de conocimiento: se vuelve puente entre el presente de un niño y la posibilidad de que su mundo sea comprendido.



La imaginación como herramienta


Las neurociencias nos recuerdan que el aprendizaje no se reduce a memorizar. “Las imágenes visuales suponen ver con la imaginación”. ¿Quién no ha cerrado los ojos para recorrer mentalmente su casa y contar los objetos que hay en una habitación?


El psicólogo canadiense Alan Pavio demostró que recordamos mejor palabras concretas -bosque, río, copa - que abstractas como “lejos” o “agradable”. Lo concreto evoca imágenes; las imágenes encienden la memoria. No es casualidad: desde la Antigüedad, el “Arte de la Memoria” enseñaba a oradores a retener discursos extensos gracias a imágenes mentales.


Hoy, la ciencia confirma lo que ya intuían los antiguos: la imaginación es un músculo de la memoria.


El lugar de la emoción


Pero hay algo más. ¿Qué ocurre cuando la memoria visual se une con la emoción? El cerebro no responde igual a un dato indiferente que a una experiencia que conmueve. Los estímulos sociales y afectivos son recompensas que dejan huella.


Una palabra cargada de afecto, una imagen con valor emocional, un gesto amable: todo ello transforma el aprendizaje en algo vivo, inolvidable. Las emociones son el motor que enciende la memoria y la comunicación.


Un botón que cuenta una historia


De regreso a Luis Alberto, la escena de la camisa abotonada adquiere otro sentido. Tal vez no sea un simple berrinche, sino un lenguaje no dicho. Un llamado a comprender que la comunicación no es solo hablar, sino escuchar las emociones que se filtran en cada gesto.


Ese botón que se resiste a cerrarse nos recuerda que en lo pequeño se esconde lo esencial: la unión entre emoción, palabra y aprendizaje. Porque al final, lo que verdaderamente comunica no es lo que decimos, sino lo que logramos hacer sentir.



Por Tania Estrada


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Tania Estrada

Email: tania.estrada.morales @ gmail.com

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