El último viaje... una historia sobre el Alzheimer
- Tania Estrada Morales

- 15 jun
- 3 Min. de lectura
15 de junio – Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez
El misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar, cuando pensamos en esta frase, sentimos el camino de algunas personas vulnerables.
Muchas personas con Alzheimer caminan en silencio entre diagnósticos tardíos y apoyos que no llegan.
El último viaje
Un recorrido a través de los recuerdos que se desvanecen, pero también un testimonio del amor que permanece cuando todo lo demás comienza a irse... Lucas siempre decía que había vivido sobre ruedas. Fue conductor de bus por más de treinta años, surcando caminos imposibles entre montañas y valles, con la cordillera de los Andes como testigo de sus mejores historias. Su memoria era su mapa, y su corazón, el motor que lo guiaba.

Pero ahora, en una habitación con aroma a gardenias y paredes de colores suaves, algo dentro de él se perdía cada día.
— No sé qué hago aquí — dijo Lucas, con la mirada fija en la ventana — Quiero estar con mi madre.
Rita, su hija menor, le sostuvo la mano con ternura y sonrió:
— Yo también.
No era mentira. En esa frase cabía toda la verdad que necesitaba Lucas, que, a pesar del olvido, no estaba solo.
El viaje interior
El Alzheimer le robaba a Lucas sus rutas, pero su familia se propuso reinventar los caminos.
En la “Villa El Compás”, descubrieron que la creatividad podía ser un puente hacia los recuerdos. Aromas, sabores, texturas... cada estímulo era una forma distinta de regresar, aunque fuese por un instante.
Su hijo Benjamín ideó un juego con los nietos: lo llamaban "El viaje de los sentidos". A Lucas le encantaba cerrar los ojos y adivinar a qué lugar lo transportaba el aroma del chocolate o de los bizcochos de canela. A veces reía con fuerza. Otras lloraba en silencio. Pero siempre, siempre, estaba acompañado.
Chocolate y menta
Un día cualquiera, Inés llegó con un regalo: un helado artesanal de chocolate con menta. Al primer bocado, Lucas cerró los ojos y murmuró:
— Este sabor… Este sabor es de nosotros. ¿Recuerdas?
Inés no respondió con palabras. Solo se sentó a su lado y le acarició el cabello.
Esa tarde, él volvió a ser un joven conductor, y ella su compañera de ruta. Aunque el tiempo les jugara en contra, el amor seguía presente, camuflado en lo cotidiano, recordándoles que la vida también se vive en los instantes breves, pero plenos.
La familia
Benjamín, Rita y Augusto, aprendieron a convivir con el olvido, no como una tragedia, sino como una oportunidad de reconectar desde otro lugar. Comprendieron que la enfermedad no era solo de Lucas, sino un desafío compartido.
Vendieron la casa de los abuelos para costear terapias, y adaptaron su rutina para estar más presentes. Jugaban, cantaban, cocinaban platos que evocaban historias. Se hicieron expertos en reinventar el presente.
Porque cuando la memoria falla, el alma encuentra otros lenguajes.
El verdadero regreso
Una mañana, mientras el sol se colaba por la ventana, Lucas tomó la mano de Rita. La miró como si no la reconociera, pero le dijo:
— Tienes las manos de mi madre… cálidas, suaves… tan familiares.
Rita apretó su mano, y con lágrimas contenidas, le respondió:
— Y tú tienes los ojos de mi padre… brillantes, aún cuando se pierden un poco.
Esa fue su manera de decirse que aún estaban ahí, el uno para el otro.
En el Alzheimer, todos somos impostores en algún momento: fingimos recordar, fingimos no llorar, fingimos ser fuertes. Pero también renacemos y creamos nuevas formas de amor.
Y quizás, solo quizás, eso sea lo que realmente nos hace humanos.
El olor a las gardenias hace que todo vuelva sin miedo.
Por Tania Estrada
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